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El error de sentar prematuramente y enseñar a andar a los bebés

El error de sentar prematuramente y enseñar a andar a los bebés

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Crianza

Por Emmi Pikler

Cuando se publicó por primera vez mi libro  «Moverse en libertad», estaba comunmente admitido en los medios especializados que era preciso dar la vuelta al niño, colocarle sentado o de pié para que aprendiera a mantenerse en esas posiciones y para que más tarde fuera capaz de sentarse y de ponerse de pié él solo. Se pensaba que sin esta ayuda permanecería constantemente en la posición en la que se le había colocado (tumbado de espaldas, por ejemplo). Esta es una idea que desde el principio quise refutar con mi investigación.

Tras la observación continua del desarrollo motor de 722 niños, educados en determinadas condiciones, puedo afirmar que la intervención directa del adulto durante los primeros estadios del desarrollo motor (es decir, dar la vuelta al niño, sentarle, ponerle de pié, ponerle a andar)  no es una condición previa para la adquisición de estos estadios (es decir, volverse sobre el vientre, sentarse, ponerse de pié, andar) porque en condiciones ambientales favorables el niño pequeño es capaz de conseguir por sí mismo, por su propia iniciativa, con movimientos de buena calidad bien equilibrados, volverse sobre el vientre y después, pasando por el rodar, el reptar y el gateo, sentarse y ponerse de pié.

Sin embargo, bien sea para favorecer este desarrollo, bien como una manera de ocuparse del niño o como una forma de estimulación, se continúa dándole la vuelta, colocandole sentado o de pié pese a la inmadurez de su personalidad. Prosigue la competición, manifiesta o disimulada, entre los padres: ¿qué niño adquiere más rápidamente estos movimientos?  Sin embargo, nadie se preocupa de la manera en que el niño ha llegado a ellos, ni de la calidad del movimiento ejecutado.

Como consecuencia, en el trabajo científico realizado en nuestro instituto en años pasados, hemos llegado a la siguiente conclusión de que volver al niño sobre el vientre, ponerle sentado o de pié, hacerle andar, bajo cualquier pretexto, es una práctica que no sólo favorece el desarrollo infantil, sino que resulta perjudicial, ya que le impide llegar a formas de movimiento cada vez más elaboradas por iniciativa propia con destreza, coordinación y equilibrio.

El perjuicio causado por las posturas impuestas no se limita al desarrollo de su motricidad, sino que también influye desfavorablemente en su desarrollo psíquico y de su personalidad. El hecho de que el niño adquiera por iniciativa propia nuevos hitos de movimiento tiene un efecto positivo en el conocimiento del propio cuerpo, en la autoconciencia, en la percepción de su propia eficiencia, en el aprendizaje, y en el reconocimiento espaciotemporal del entorno en general. Ahora bien, el niño pequeño no puede desarrollar una actividad autónoma por iniciativa propia más que desde una posición escogida por él mismo y en la que se encuentre cómodo.  Al sentarle, al ponerle de pié antes de que pueda hacerlo por sí solo, o al inmovilizarle en cualquier posición (en un asiento, por ejemplo) se restringen considerablemente sus posibilidades.

Eso no significa que no haya que ocuparse del niño! Al contrario. Es absolutamente preciso ocuparse de él, intensamente, incluso. Además de la satisfacción de sus necesidades corporales, su buen desarrollo dependerá de la creación de un vínculo sano de apego con su madre (o la persona que se ocupe de él), de la creación de relaciones humanas de confianza. Atribuimos una importancia fundamental al hecho de que la madre o persona que lo cuida establezca, durante los cuidados que le preste, un contacto sereno y afectuoso, durante los cuales los dos se muestren cada uno atento al otro, capten bien el significado del comportamiento del otro, se conozcan y se quieran. Es evidente que es preciso hablar al niño pequeño, que es preciso que los dos «se hablen», que hay que prestar atención a sus iniciativas y responderle.

Nos parece, sin embargo, que esa tarea viene facilitada por un comportamiento más independiente, más tranquilo y relajado, del niño cuya motricidad es «libre«. Ese niño se muestra atento y concentrado; persevera en sus tentativas y si no triunfa trata de hallar por sí solo una solución. Se muestra más activo desde que es un bebé. Sus juegos son más variados porque a partir de posturas escogidas por él y que domina, puede buscar por sí mismo los juguetes; y además al hallarse en un equilibrio estable, puede utilizarlos mejor.

Es preciso que nos ocupemos del niño pequeño con amor, con paciencia. Hemos de enseñarle muchas cosas que sólo puede aprender a través de nosotros. Pero resulta inútil y hasta desventajoso enseñarle a sentarse sentándole, a ponerse de pié poniendole de pié, etc. cosas que él puede aprender por sí mismo, por su propia iniciativa, con una mejor calidad, mediante tentativas cargadas de alegría y de seguridad. Además, se vería privado de una posibilidad de aprendizaje que habría influido favorablemente en todo su desarrollo.

Emmi Pikler
Extraído del libro «Moverse en libertad» (Ed. Narcea)

 

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