
Por Darcia Narvaez, profesora de psicología de la Universidad de Notre Dame
Vivimos en una cultura que ha promovido la supremacía masculina desde sus inicios ―fijaros que en según la constitución antes de las enmiendas 15 y 19, sólo los hombres con propiedades podían votar. También algunos partidarios del nombramiento del juez Kavanaughs para la corte suprema parecían dar por sentado que las mujeres deben someterse al (merecido) poder de los hombres. Como en el testimonio de Christine Blasey Ford en la Comisión de Asuntos Judiciales del Senado, en el cual reafirma su alegación de que Kavanaugh la agredió sexualmente, la reacción esperada era la de “simpatía por él”, no la de empatía por el trauma sufrido por la mujer.
¿De dónde viene esta sensación de privilegio?
El privilegio no era parte de nuestro ambiente social ancestral, las comunidades nómadas recolectoras ―95% de nuestra historia― donde las comunidades pequeñas y sin líderes eran ferozmente igualitarias (Boehm, 1999). No era parte de la historia de los nativos americanos, los cuales como mínimo eran matrilineales, y tomaban la sabiduría femenina muy en serio (Mann, 2006).
El privilegio masculino no era parte de antigua cristiandad, en la cual había numerosos grupos de cristianos con diferentes creencias, algunos con líderes femeninos. Las mujeres continuaron siendo curanderas y pilares de su comunidad en Europa hasta la quema de brujas. Los pilares de la comunidad, con su conexión y su protección del “patrimonio común” y sus plantas medicinales se interpusieron en el camino de la “Gran transformación” (Federici, 2004). La Gran transformación (Polanyi, 2001) del orden social en la Europa del siglo XVII representó una “revolución de lo rico contra lo pobre”. Tierras públicas (bosques, pantanos ―fuentes de comida, materiales de construcción, madera y caza) fueron privatizadas. Las tierras sin título de propiedad fueron denominadas “páramos”. Lo que eran bienes comunes para todos pasó a ser objeto de compraventa. Los plebeyos ya no pudieron cultivar y recoger su propia comida, tener acceso al agua o cazar presas salvajes.
En las comunidades primitivas, producción y gobierno eran partes del mismo proceso y todos los integrantes participaban en ambos (Bollier, 2014). Pero ya nunca más. La apropiación del patrimonio común causó un enorme trastorno, incluido la disolución de las comunidades, la pérdida de la identidad y la solidaridad social, profundas desigualdades económicas, hambre, hambrunas, pobreza, la emigración del campo a la ciudad en busca de comida y trabajo para conseguir la comida, confusión política, aniquilación de la comunidad y abuso ecológico.
Junto con la apropiación del patrimonio común, la deuda fue criminalizada. El endeudamiento y el intercambio son también parte de nuestra herencia como especie. El intercambio mutuo y recíproco es economía natural (Worster, 1994). El movimiento del endeudamiento entre individuos y comunidades es normal. El crédito entre los miembros de una comunidad tradicionalmente ha reforzado los lazos comunitarios. Siempre ha sido una forma común de cooperación.
“La criminalización de la deuda fue, por lo tanto, la criminalización de las mismas bases de la sociedad. No es exagerado decir que en las pequeñas comunidades cada miembro era a la vez prestamista y deudor. Este endeudamiento de la “economía humana” impreciso, informal, base de la comunidad, es ahora reemplazado por deudas de precisión matemática, fuertemente obligatorias mediante la introducción de la violencia, usualmente violencia financiada por el estado en la forma de ejército o policía.” (Graeber, 2013)
En los últimos 500 años ha continuado la apropiación del patrimonio común por los gobiernos y los ricos, extendiéndose por el mundo entero, comenzando con la Doctrina del descubrimiento del Vaticano de 1493, en la cual se declaraba que cualquier tierra no gobernada por cristianos podía ser “descubierta” y reclamada por los cristianos que llegaran a sus costas. Esto continúa en la actualidad con sociedades de negocios gubernamentales que de nuevo quitan el sustento a la gente común mediante las fuerzas del capitalismo globalizado (Bollier, 2014; Korten, 2015; Perkins, 2016).
¿Qué tiene que ver todo esto con el privilegio masculino?
Cuando las comunidades son perturbadas, también lo son las familias. Cuando lo son las familias, lo es el desarrollo infantil. Cuando el desarrollo infantil se ve perturbado impacta especialmente en los chicos. Mientras que tanto chicas como chicos necesitan el nido evolutivo para crecer correctamente, los chicos lo necesitan más y durante más tiempo (Schore, 2017). Las chicas tienen más resiliencia incorporada y se desarrollan mucho más rápido que los chicos en su infancia temprana.
Las prácticas del nido evolutivo incluyen experiencias perinatales reconfortantes, extensas muestras de cariño (prácticamente constantemente en la época de la infancia), respuesta inmediata para mantener al bebé calmado, múltiples adultos receptivos y sensibles como cuidadores, lactancia a demanda durante varios años, juego libre social autodirigido y un clima positivo de apoyo para madre e hijo. Y nada de castigos.
Cada componente del nido influye sobre el desarrollo neurológico psicosocial, y su ausencia puede causar estrés tóxico temprano, desviando el correcto desarrollo de mente y cuerpo (Narvaez, et al., 2013). La ausencia de estas experiencias, y cuando el niño es significativamente perturbado por la misma, puede producir grietas en el desarrollo individual, social y cerebral del niño.
En los Estados Unidos de América del siglo XXI se ha hecho difícil proveer el nido, ya que no hay un permiso pagado de mater/paternidad tras el nacimiento de un hijo y la atención de la familia tiende a estar enfocada en ganar dinero, lo que es sabido que hace que la gente se centre en sí misma (Vohs, 2015). Hoy en día, incluso las familias más saludables, no entienden las necesidades de los niños, y no están proveyéndoles del nido evolutivo que los bebés necesitan para desarrollar todas sus capacidades como humanos.
¿Cómo sobrevive un niño que se siente altamente inseguro, que tiene un gran vacío en su interiory una profunda desesperación? Podría llegar a usar sus sistemas de supervivencia para oponerse y dominar o someterse y aislarse emocionalmente. Tendrá dificultades para comportarse de una manera “ferozmente igualitaria” porque esas capacidades se desarrollan en el nido evolutivo.
En lugar de ello se aferra a un guion, aprendiendo las reglas que le permiten seguir adelante. Utiliza sus instintos de supervivencia ―territorialidad, rivalidad, rutinas y lealtad al grupo― para moverse por el mundo social (MacLean, 1990).
La profunda inseguridad interna es externalizada ―otra gente es el problema― porque la separación de sí mismo ocurre en la infancia temprana como una cuestión de supervivencia. La percepción de los sentimientos personales está infradesarrollada o es demasiado peligrosa. El mundo se convierte en blanco o negro en diversos aspectos. Si se siente mal, es culpa de otro. Debido a que el niño no fue tratado con empatía al inicio de su vida, desarrollará poca empatía (Narvaez, 2014).
El guion de un macho es asegurarse de que su cabeza queda por encima de la de las mujeres u hombres no cualificados. Si hay una amenaza contra ese guion, debe luchar como un demonio para enderezar el mundo de nuevo. Se sienten justamente enfadados por la amenaza a su lugar en el mundo. Podemos ver la rabia de los machos titulados a lo largo de todos los Estados Unidos de América cuando se les pide compartir sus privilegios con el resto (Cramer, 2016), incluso siendo responsabilizados por sus acciones.
Es fácil entender por qué nuestros primos, los recolectores nómadas, se preocupaban por los peligros de un gran ego —el hombre puede hacer cualquier cosa para mantener su poder. Estas comunidades lo previenen, por ejemplo, burlándose de un cazador exitoso (“Tal vez debamos buscar un conejo—sería mucho más grande”) hasta que su orgullo por su grandeza personal se funde en una carcajada (Lee, 1979).Reírse de la estupidez nos saca del engrandecimiento y la autoprotección, y nos lleva de nuevo al redil de la comunidad (Narvaez, 2014). Para sentirse tonto uno tiene que bajarse de su gran caballo, lo que significa que debe permitirse sentirse vulnerable. Es un signo de éxito en la terapia cuando el paciente es capaz de reírse de sí mismo. Significan que han atravesado las defensas de supervivencia y se han dado cuenta de que la vulnerabilidad es segura. Necesitamos muchos avances de este tipo en este momento.
Darcia Narvaez, Ph.D., es profesora de psicología en la Universidad de Notre Dame.
Traducido por María Berrozpe del articulo:
Why are (some) males’ egos so fragile
Bibliografía
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Bollier, D., 2014. Think like a commoner: A short introduction to the life of the commons.. Gabriola Island, Vancouver, BC: New Society Publishers..
Bollier, D., 2014. Think like a commoner: A short introduction to the life of the commons.. Gabriola Island, Vancouver, BC: : New Society Publishers..
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