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La infancia y la necesidad de ser mirado/a

La infancia y la necesidad de ser mirado/a

mirada
Crianza

Cuando una vez y otra no consiguen establecer contacto visual, no les devolvemos la mirada, ni les respondemos, porque estamos absortos con el móvil, el impacto a nivel de vínculo y de salud mental es inevitable

Por Sue Gerhardt

El cerebro del bebé crece muy rápidamente durante el primer año de vida, doblando con creces su peso. El metabolismo de la glucosa -activado por las respuestas bioquímicas- del bebé cuando está con su madre, es muy intenso en los dos primeros años de vida, lo que facilita que los genes puedan expresarse. Al igual que ocurre en muchas otras áreas del desarrollo humano, que haya un buen crecimiento de las estructuras cerebrales del cerebro social depende, frecuentemente, del aporte social, del número de experiencias positivas en los comienzos de la vida.

Personalmente me quedé sorprendida al descubrir que no nacemos con dichas capacidades, sino que se desarrollan en el contexto de relaciones significativas.  Un gran número de experiencias positivas en los comienzos de la vida da lugar a cerebros con más conexiones neuronales, es decir, cerebros con una red más rica en interconexiones. El cerebro social se construye desde el nacimiento, desde la primera mirada entre la madre y el bebé.  Pero entre los seis y doce meses de edad hay un desarrollo masivo de conexiones sinápticas en el cortex prefrontal -el cerebro social-, si se dan las condiciones idóneas.

Según Allan Schore, mirarse los rostros juega un papel muy importante en la vida humana. Especialmente en la infancia, las miradas y las sonrisas ayudan al desarrollo del cerebro. Podemos preguntarnos cómo tiene lugar ese proceso. Schore sugiere que las miradas positivas son el estímulo más importante para el crecimiento de la inteligencia social y emocional del cerebro.

Cuando el bebé mira a su madre (o a su padre) y ve sus pupilas dilatadas, recibe la información de que su sistema nervioso simpático está en un estado de estimulacion, y que están inmersos en un estado placentero. En respuesta a ello, el propio sistema nervioso del bebé se estimula de manera placentera y su ritmo cardíaco se acelera, y este proceso desencadena, a su vez, una respuesta bioquimica. En primer lugar, un neuropéptido llamado beta-endorfina, que tiene un efecto positivo placentero, es liberado en la circulación, especialmente en la región ortibofrontal del cerebro. Se sabe que los opiáceos «endógenos» elaborados por el propio cuerpo, como la beta-endorfina- ayudan al crecimiento de las neuronas mediante la regulación de los niveles de glucosa e insulina (Schore, 1994), y en su papel de opiáceos naturales hacen que la persona se sienta bien. Al mismo tiempo, se genera en el tronco cerebral otro neurotransmisor llamado dopamina, que también tiene como destino el córtex prefrontal -el cerebro social-.

Vemos pues que las primeras capacidades cerebrales «mas altas», que se desarrollan en el curso de la evolución, son sociales, y lo hacen al intercambio social. Por ello el bebé, para su desarrollo, no necesita ayudas pedagógicas o culturales, sino que es más apropiado, simplemente, cogerlo en brazos y disfrutar de ella/él.  Sin la experiencia social apropiada con el adulto que le cuida y un intercambio relacional persona-a-persona, es difícil un buen desarrollo del córtex orbitofrontal, desde las etapas tempranas.

En uno de los primeros experimentos en relación con este tema, Harry Harlow, que investigaba con primates, observó que los monos que se mantenían aislados durante el primer año de vida se volvían autistas y perdían la capacidad de relacionarse con los otros monos (Blum, 2003). Más recientemente, observaciones con niños rumanos huérfanos han mostrado que aquellos que no pudieron establecer relaciones estrechas con un adulto debido a que nadie les sacaba de la cuna durante todo el día, eran incapaces de establecer relaciones con las otras personas, y que el lugar que correspondia al córtex orbitofrontal había un virtual «agujero negro») (Chugani y col. 2001).

En mi trabajo con madres y bebés, que la interacción entre ambos sea agradable ha llegado a ser una referencia; si un progenitor disfruta al relacionarse con su bebé, generalmente uno puede estar tranquilo respecto a aquella relación, aunque existan algunos problemas. Cuando en la relación dominan las interacciones agradables, la madre y el bebé están construyendo, sin darse cuenta, el córtex prefrontal de este último, y desarrollando sus capacidades para la autorregulacion y para las complejas interacciones sociales. La mayoría de las familias disfrutan estableciendo este tipo de relación. Pero el sistema madre-bebé es frágil, y puede deteriorarse fácilmente debido a la falta de recursos internos o externos. Afortunadamente, a menudo puede volverse al buen camino con una ayuda adecuada cuando se necesita.

Sue Gerhardt

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