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«Yo no sé dibujar»: consecuencias de la interferencia adulta en la expresión gráfica infantil

«Yo no sé dibujar»: consecuencias de la interferencia adulta en la expresión gráfica infantil

Yo no sé pintar
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Por Miguel Castro

Muy pronto, puede que de forma accidental, el gesto de la mano deja su huella sobre una superficie: el dedo en el vaho del espejo, o con la cuchara, abriendo un surco en la papilla.  Con ello se obtiene un placer inesperado, que suscita el deseo de volver a hacerlo.

De la misma manera, hace miles de años, esto pudo ocurrir en las paredes húmedas de la arcilla blanda de alguna cueva, o con un trozo de carbón sobre alguna roca. Pero sólo de manera eventual.  Hoy, sin embargo, los niños tienen papel y lápiz casi siempre a su alcance, y ya desde muy pequeños descubren todos la posibilidad de trazar y el placer que esto les proporciona.

Comienzan así, llenos de alegría, atención y esfuerzo, este juego que se va a intensificar poco a poco y prolongarse durante un cierto tiempo.

Algunos padres y educadores asistirán emocionados a estas primeras manifestaciones gráficas de sus hijos o alumnos, desconocedores quizás de que dan los primeros pasos en una andadura trascendente y compleja, que podría extenderse a lo largo de toda su vida, y que, sin embargo, está prácticamente condenada al fracaso. Y esto debido, precisamente, a su intervención, tan desacertada como cargada de buenas intenciones.

 

Una emisión necesaria sin destinatario

Hay una especie de lógica interna en la aparición de las figuras primarias, del mismo tipo que aquella que permite al niño llegar a andar.

Ve a los adultos moverse a su alrededor, lo pueden hacer de pié, y rápidamente, alcanzar cosas a las que él no llega, subir y bajar escaleras, abrir y cerrar puertas, entrar y salir.  El va a desear moverse y alcanzarlo todo, pero la evolución que le va a llevar a caminar sobre sus piernas no depende de su deseo, sino del programa que quizás éste pone en marcha.

No piensa cómo desplazarse, ni planifica cualesquiera de las fases previas al andar. Sabe qué hacer en cada momento, sin necesidad de preguntarse o reflexionar sobre ello.

Ninguna reflexión precede a la aparición de las manifestaciones arcaicas o a las figuras primarias. Estas se imponen a la mano del que traza, independientemente de su raza, medio cultural, económico o climático. Y así como todos tenemos dos piernas, dos brazos, dos orejas, nariz y bocas, y somos diferentes, todos los niños trazan las mismas figuras primarias, con las que pueden hacer diferentes combinaciones.

Trazan según una ley interna, que no depende del exterior, de lo observado, de un modelo determinado, de la naturaleza o de lo que les impresiona, de las emociones, los pensamientos o cualquier otro ejercicio de reflexión.

 

Un proceso natural interrumpido

Esto suele comenzar muy pronto. Un niño pequeño dibuja un torbellino. Su abuelo lo ve silencioso, ocupado, absorto, se acerca y le dice ¡qué bonito! ¿qué es lo que quieres hacer?  Su nieto queda confundido. No sabe qué contestar.  Más tarde ya no dudará, porque va a aprender pronto a responder lo que quieran oír los adultos.  Ninguna intención dictaba su trazo, solo el placer de ejecutarlo. Ninguna representación intentaba, ningún mensaje estaba siendo gestado.

Los niños pequeños trazan según una ley interna, que no depende del exterior, de lo observado, de los pensamientos.

Así que, apartado de su quehacer, un instante después encuentra respuesta en lo primero que se le ocurre.  Algo que asocia, descubre o vé en ese momento, un bosque, el recordar el cuento que le narraron la noche pasada, una señora despeinada, al fijarse en los cabellos revueltos de su abuelo, o una batalla.  Entonces, siguen otras preguntas, bienintencionadas «¿Donde están los animales de este bosque»?  Detrás de los árboles». O «¿La cara de la señora?»  «Está tapada». «¿Y los soldados de esta batalla?»  «Se han ido».

El adulto imagina que ayuda así a reflexionar al niño sobre su dibujo, sobre lo que supone que son sus carencias y que le da la oportunidad de completarlo y enriquecerlo con ideas que presumiblemente no se le habrían ocurrido , y también ¡como no! de ampliar sus conocimientos.

Le es difícil comprender que el deseo de ayudar a perfeccionar su dibujo a un niño proviene de la consideración de que es incapaz de aprender por sí mismo, del desconocimiento de su proceso natural de aprendizaje y del papel que deba jugar en él un adulto. 

No se da cuenta de que interviene en la dirección de su propio pensamiento e interés, extraños a los del niño, y que forzarle a recorrer ese camino no es hacerle avanzar, sino apartarle del suyo propio, interrumpirlo su pensamiento, distraerle de sus intereses y necesidades, desorientarle y hacerle sentirse perdido e inseguro.

Y he aquí que intenta enseñarle. Le coge el papel y el bolígrafo y diciendo «no, así no se hace, mira». Le dibuja un caballo, la cara de una señora, o un personaje con una espada en la mano, y se lo ofrece como un modelo, el modelo de alguien que, interrogado por otro adulto, negaría saber dibujar.

Ahora este niño probablemente quiera hacer algo que no puede ni necesita. El equilibrio está roto, su seguridad perdida.  Con el tiempo se irán acumulando abrumadoras cantidades de fichas para rellenar, completar, colorear, dibujos impuestos, sugeridos, ilustraciones, copias y de todo ello tendrá que escuchar el parecer de los demás: está muy bien, caso siempre al principio, o mal, a medida que aya creciendo. Siempre forzado a explicarlo todo y acumulando palabras y más palabras sobre sus trazos, que durante muy poco tiempo más van a soportar tanto peso.

Preguntará al principio, si está bien así, a su abuelo o a su maestra, buscando su aprobación.

Luego le oiremos decir: «¿qué hago?»  Desposeído y dependiente ya de los otros.

Y finalmente «yo no sé dibujar».

Ya es un escolar condicionado. Ahora, creado el problema, buscamos cómo resolverlo, y decidimos que es preciso motivarle. Más preguntas, más ideas y más palabras, se cebarán sobre él, hasta el atiborramiento y el definitivo abandono del dibujo.

Pero podía haber sido de otra manera.

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Miguel Castro es docente de la formación en Ecología de la Infancia
Extracto del texto:  Semiología de la expresión.  Enlace al texto completo
Más info:  Diraya Expresión

 

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