Las interacciones tempranas y sus destinos
28 de octubre de 2023 2023-12-07 18:43Las interacciones tempranas y sus destinos
Las interacciones tempranas y sus destinos
Por Eulalia Torras de Beà, Psiquiatra infantil
Hoy en día, gracias a las importantes investigaciones por neuroimagen de los últimos años, está ampliamente demostrado, el papel de las interacciones tempranas en el desarrollo del sistema nervioso central del bebé y por ende del niño y del adulto. Este desarrollo, a su vez, es la base para la evolución de las funciones psíquicas: intelectuales, emocionales y sociales: La calidad de las interacciones tempranas viene determinada, lógicamente, por los sistemas de crianza. En la actualidad, a causa de los cambios sociales mal compensados de las últimas décadas, a menudo ofrecemos a nuestros bebés un grado preocupante de «institucionalización» e interacciones difícilmente integrables. Nos preguntamos hasta que punto la psicopatología actual que recibimos en la clínica y las llamadas «nuevas patologías» son una consecuencia directa del tipo de crianza actual. Hacen falta ayudas sociales distintas de las demagógicas actuales para mejorar este estado de cosas.
Introducción
Actualmente, no es novedad hablar de la importancia de las primeras relaciones del bebé con su entorno y su influencia sobre la evolución emocional, intelectual y social. Hace más de 50 años que se sabe que según las vicisitudes que el bebé atraviesa en su crianza, su evolución será muy diferente: estará en mejores o peores condiciones para desarrollar salud mental (Bowlby, 1951; Spitz, 1968; Bethelheim, 1974; Brazelton y Cramer, 1993). Pero a pesar de nuestra larga experiencia en este campo, no siempre hacemos caso de lo que sabemos, aún poniendo en riesgo la salud mental de nuestros congéneres más pequeños.
Para explicar esto me referiré a las interacciones tempranas y su papel en el desarrollo del sistema nervioso central y de las funciones psíquicas, según las investigaciones por neuroimagen y sobre el vínculo y el apego. Me referiré también al papel de los sistemas de crianza en relación a la calidad de las interacciones tempranas actuales y a las responsabilidades sociales y políticas en relación a ellos.
Investigaciones sobre el vínculo y la teoría del apego: su relación con las interacciones tempranas.
En 1951 la Organización Mundial de la Salud encargó a Bowlby un estudio sobre «los niños sin hogar en su país natal». Como sabemos, de este estudio surgió el libro «Cuidados maternales y salud mental» (Bowlby, 1951), que tiene como principio de base la teoría etiológica de la salud mental y de sus perturbaciones. Según ésta, el bebé y el niño pequeño «deberán haber sido criados en una atmósfera cálida y haber estado unidos a su madre (o persona que hace función de madre) por un vínculo afectivo íntimo y constante, fuente de satisfacción y de alegría para ambos. Gracias a este vínculo afectivo, los sentimientos de ansiedad y de culpabilidad, cuyo desarrollo exagerado caracteriza la psicopatología, serán canalizados y ordenados».
Considera que la carencia afectiva puede tener distintos grados y la repercusión de la privación de cuidados maternos varía en función de factores hereditarios, edad del niño, duración y grado de la carencia sufrida. Hoy en día, gracias a Cyrulnik, añadiríamos que la repercusión depende también de la resiliencia del niño. Según ésta, el niño supera en formas muy diversas las experiencias negativas, aunque hay que tener en cuenta que, según este autor, la resiliencia depende a su vez de haber tenido un vínculo afectivo suficientemente bien establecido en la primera etapa de la vida como para proporcionar una seguridad interna sostenedora. Nuevamente, después de una situación traumática, el niño evoluciona bien si tiene un «tutor de resiliencia», alguien con quien pueda establecer vínculos seguros, apego seguro.
Mario Marrone (2001) y Peter Fonagy (2004) son dos de los investigadores que han confirmado y desarrollado los primeros estudios de Bowlby y han ofrecido su propia conceptualización sobre el apego. Así, Fonagy subraya el punto de vista de Bowlby de que las relaciones primarias perturbadas madre-hijo deben ser consideradas como un precursor clave de la enfermedad mental. Además, destaca como contribución crucial de Bowlby su inalterable opinión de la necesidad del niño de un temprano apego seguro a la madre. Bowlby pensaba que el niño que no desarrolla este apego podía presentar signos de deprivación parcial: una necesidad excesiva de ser amado o por el contrario, una reacción de resentimiento, venganza, intensa culpabilidad y depresión; o también signos de deprivación completa: apatía, indiferencia, retardo en el desarrollo y, más tarde signos de superficialidad, falta de sentimientos profundos, tendencia a la falsedad y al robo compulsivo.
Fonagy dice que la teoría del apego significaba, desde el principio, más que el simple vínculo al cuidador. La figura de apego provee, en los primeros años, la seguridad básica esencial para poder explorar (Ainsworth y col., 1978) y es en esta capacidad que se basa la capacidad de aprender. Cuando se aleja la persona central en el apego del bebé, éste inhibe su tendencia a explorar y queda a la espera. Si la madre no tarda en volver, el niño reanuda su interés en la exploración de su entorno. Esta capacidad de explorar, que para desarrollarse necesita de un apego seguro y de la disponibilidad del cuidador, es básica para el desarrollo de la capacidad de aprender y de la autonomía. Por esta razón, el apego seguro tiene una función evolutiva clara. El apego no es un fin en sí mismo, sino que se trata de un sistema adaptado en vistas a la evolución para llevar a cabo tareas psicológicas, fisiológicas y ontogénicas esenciales.
Esto nos lleva a plantearnos la importante función del apego y de las interacciones tempranas en el desarrollo de las funciones psíquicas.
Desarrollo de las funciones psíquicas: destino de las interacciones tempranas estructurantes
De la interacción entre el bebé y su madre o cuidador principal[1] dependen funciones tan fundamentales como el interés, la motivación, la atención focal, la tendencia a explorar, etc., todas básicas para el aprendizaje y la autonomía. Estas funciones del bebé emergen de las funciones que la madre pone en marcha en la interacción con él.
¿Qué aportan sus sonrisas, sus juegos, sus abrazos, su contacto físico, sus sonidos, las palabras de la madre en su «conversación» con el bebé y tantos otros imponderable? Como sabemos, ese intercambio sobre todo emocional, intuitivo, sensible, atinado, aporta, no solamente algo poético, emocionante, bello, sino básicamente los fermentos de toda la evolución. Así, del interés y de la atención focal de la madre centradas en su hijo, emerge el interés y la capacidad de atención focal del bebé y su capacidad de concentrarse, que al principio y desde muy temprano el bebé le dirige casi exclusivamente a ella. De la comunicación de la madre con su bebé y de su verbalización, surge la capacidad de comunicarse del niño y luego su lenguaje verbal. A su vez, la capacidad de diferenciar y de orientarse entre los estados de ánimo y las necesidades del bebé y de responder coherentemente a ellos, es el fundamento de toda capacidad de diferenciación, síntesis y abstracción del pequeño, por tanto de todo aprendizaje conceptual y de la posibilidad de llegar a desarrollar criterios, nada menos que algo tan importante en la vida adulta y autónoma. El amor y el apego sano que se desarrollan entre la madre y su hijo, son la base de la capacidad de amar y del desarrollo social del pequeño. Es en los cuidados maternos y en los juegos donde el bebé construye su Esquema Corporal y todas las funciones que dependen de éste: orientación en el espacio y en el tiempo, equilibrio y motricidad, que son también básicas en el aprendizaje (Torras, 2002). O sea, estamos hablando del fundamento de todo el desarrollo humano. Por tanto, no se trata solamente de «juego», en el sentido de algo entretenido, simpático, divertido pero en el fondo intrascendente, sino que es el trabajo del bebé con su madre en los fundamentos de su vida adulta.
Todo esto, que los investigadores estudiaban prodigando las observaciones experimentales, los profesionales podíamos comprenderlo en la medida en que sus resultados eran coherentes e iluminaban nuestra observación clínica. Pero hoy en día estos conocimientos están documentados desde las investigaciones por neuroimagen.
Desarrollo del SNC: investigaciones en neurociencias sobre el papel de las interacciones tempranas estructurantes
Como sabemos, el cerebro en el recién nacido está por hacer. Su sistema nervioso goza de plasticidad, la plasticidad neuronal, que permite que el cerebro se construya según las interacciones y las experiencias que el bebé vive. Estas interacciones y experiencias son los estímulos que van creando la estructura anatómica y funcional del cerebro, procesos que han sido estudiados en base a las nuevas tecnologías sobre la neuroimagen. Es indiscutible que es sobre esta estructura anatómica y funcional que se desarrollan la mente y sus funciones, las funciones psíquicas.
Los estudios por neuroimagen demuestran que el desarrollo de las neuronas, de sus dendritas o arborizaciones, de sus sinapsis, de los neurotransmisores necesarios para las conexiones y de la mielinización, dependen, desde el principio de la vida, de la calidad y cantidad de estímulos que el niño reciba en su interacción con su entorno. Eso determinará la calidad de las funciones del sistema nervioso y el desarrollo psíquico de ese niño también cuando sea adulto.
Para que las interacciones del bebé con su entorno puedan facilitar el correcto desarrollo del sistema nervioso deben ser significativas para el niño, para que sean integrables. Eso quiere decir que las manifestaciones y la conducta del bebé deben ser significativas para la madre, que ella debe ser capaz de interpretar bien las señales que da el bebé. Cuando, por el contrario, se crea un círculo de incomprensión mutua debido a que la persona que cuida conoce poco a su bebé, como sucede por ejemplo con los niños institucionalizados, se produce un menor desarrollo de arborizaciones dendríticas y de sinapsis, y una mayor «poda» de neuronas de lo deseable, que afecta especialmente las que corresponden a las funciones menos o peor estimuladas. Si la pérdida neuronal y de conexiones se prolonga, llega a ser irreversible. Esta pérdida de conexiones significa un empobrecimiento de las capacidades psíquicas del niño, del adolescente y del adulto en las distintas áreas: intelectual, emocional, social, capacidad de aprendizaje…
Estas investigaciones son definitivamente importantes en la medida en que documentan las bases cerebrales del desarrollo mental y nos enseñan que el desarrollo del cerebro depende de la calidad de la crianza. Por tanto nos muestran el atentado contra una buena evolución y por tanto contra la salud mental que son aquellos sistema de crianza que impiden el establecimiento de un vínculo y de un apego seguros y una interacción y estimulación de calidad.
Y qué es lo que nuestro sistema occidental de crianza ofrece hoy en día para el desarrollo mental saludable del bebé y por ende de las siguientes edades?
Sistemas actuales de crianza: destino de las interacciones no estructurantes.
La crianza no es una cuestión que deciden los padres solos. Por un lado, ellos están influidos por su propia historia, por su personalidad, capacidades, necesidades, etc. etc. Pero además, ellos están inmersos en un contexto cultural, social y laboral que influye sus decisiones y sus posibilidades, mucho más allá de lo que ellos mismos creen.
En la actualidad los sistemas de crianza, y por tanto las interacciones tempranas que ofrecemos a nuestros bebés, no tienen mayormente en cuenta los conocimientos emanados de las investigaciones citadas y por tanto se produce una contradicción flagrante: los bebés son cuidados en la ausencia de figuras suficientemente constantes como para conocerlos a fondo y que en consecuencia puedan ofrecer mayormente respuestas adecuadas, realistas y coherentes y por tanto significativas y estructurantes (Torras, 2002). En estas condiciones la organización de su personalidad está comprometida. En este tipo de cuidado, los bebés, desde edades cada vez más tempranas, suelen pasar la mayor parte de las horas de vigilia en la guardería. Esto influye en el tipo de vinculación que se produce, como siempre que participan demasiados cuidadores demasiado pronto, con la consecuente dificultad para el bebé de orientarse y vincularse, y el riesgo de dispersión. Todo esto produce un cierto grado de «institucionalización». Para el niño pequeño, que aún no ha incorporado la experiencia de objeto permanente, la separación de la persona central en su mundo, significa la desaparición de la seguridad y la exposición a todos los peligros. En términos psicoanalíticos, significa la pérdida del objeto protector, que es lo mismo que decir la amenaza del objeto peligroso. Los puntos de referencia se pierden, el niño se desorganiza.
Como consecuencia del escaso contacto, las madres conocen poco a sus hijos; los grandes acontecimientos como iniciar la marcha, los primeros bisílabos y palabras, sacar pañales y enseñar el control de esfínteres, suceden en la guardería, por lo que ellas, y por supuesto los padres, no suelen conocer los datos de evolución psicomotora; cuando se les pregunta, a menudo deben consultar en la guardería. La relación con los padres se diluye, el sistema de apego se desactiva (Rygaard, 2008). Las madres, como consecuencia, se sienten inseguras en relación a lo que deben hacer con sus hijos; esto también, a menudo, deben consultarlo en la guardería. La madre pierde sensibilidad y empatía hacia las necesidades del niño, y confianza en su habilidad para interpretar las señales del bebé y en su capacidad de tomar decisiones en relación a su cuidado. A menudo vive creciente ambivalencia y sentimientos de desapego. Ante esto, el bebé organiza sus propias defensas y por tanto su evolución se resiente: un ejemplo sería: la madre se va? el niño sigue jugando; la madre vuelve? el niño continúa jugando, aparentemente no se entera. Los padres dicen que es tan sociable que acepta ser tomado en brazos por cualquier persona… y además sin mirarla a la cara. El niño tiene una vinculación dispersa, indiferenciada, apagada, «confiada». Todo lo contrario de la ansiedad de los ocho meses, que nos indica su progreso en la capacidad de diferenciar, función esencialmente estructurante.
Rygaard (2008) dice que en experimentación con chimpancés se ha demostrado que la separación aún corta (14 días) produce en el pequeño alteraciones del EEG que se mantienen aún cuando se recupera el contacto. También se produce disminución de la función inmunitaria. Los chimpancés que durante su primer año habían estado separados de sus madres se convirtieron en adultos con comportamiento inseguro, temerosos y que reclamaban mucha atención; en términos humanos, temor neurótico a la separación. Se les podía observar constantemente abrazados el uno al otro sin participar en las actividades normales del grupo, como jugar y despiojarse. Los que habían estado separados continuamente durante el primer año habían desarrollado un comportamiento agresivo de lucha y fuga, no podían reconocer a otros monos ni someterse a las reglas de la sociedad chimpancé y por eso los otros los evitaban. Eran asociales. En otro estudio se observaba un retraso en el desarrollo de las dendritas del sistema límbico.
Volviendo a las madres, en estos sistemas de crianza ellas a menudo viven sentimientos de culpa que estimulan la generación de un sistema defensivo de justificaciones y tranquilizaciones, que trasluce las dudas de fondo e incluso el conocimiento intuitivo, instintivo, de que aquello no es lo que necesita su hijo. Dentro de este sistema, tiene mucha importancia la excusa social: «todos los bebés van a la guardería, por tanto está bien, es lo que hay que hacer». «más se socializan», «necesitan estar con otros niños», «cuanto antes van a la escuela mejor serán sus resultados escolares en el futuro….» Engaño que se ha esgrimido desde diferentes ámbitos, escondiendo el riesgo de una crianza de poca calidad y negando lo que hoy en día se sabe bien. Estos sistemas defensivos con frecuencia crean un circuito recíproco de incomprensión y de necesidades insatisfechas entre la madre y el hijo. Por supuesto el padre se halla también en este circuito.
Cambios sociales que han producido un cambio en la crianza y por tanto en las interacciones
En los últimos decenios nuestra organización social ha ido cambiando mucho y lógicamente notamos las repercusiones desde nuestro trabajo como profesionales. La base del cambio sería la evolución de la familia desde familia patriarcal, tradicional o clásica, a familia post patriarcal o democrática, con sus corolarios o causas –ya que en realidad se trata de ambas cosas en situación circular. Los cambios sociales que atañen a nuestra área de interés son:
· la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral,
· el aumento notable de las separaciones y divorcios,
· el aumento de familias reconstituidas y de
· nuevos tipos de familia –monoparentales, homoparentales…
Todos estos factores combinados desembocan en:
· el importante cambio en las formas de crianza.
Evolución de la familia, incorporación general de la mujer al trabajo, aumento de las separaciones y divorcios, familias reconstituidas y nuevas familias, son fenómenos que dependen unos de otros. Su centro álgido son las distintas formas como se organizan los padres para conciliar el cuidado de los hijos y el trabajo.
La incorporación de la mujer a la formación y al trabajo, lo cual significa a la mayoría de edad y a la autonomía, no cabe duda que es un derecho legítimo. Pero la atención a las necesidades de la mujer no deben lesionar la atención a las necesidades del hijo. Solamente así se esta en una verdadera «conciliación» entre trabajo y crianza.
Muy a menudo nos encontramos con padres y madres muy absorbidos por la profesión, que trabajan muchas horas y que en consecuencia no tienen tiempo para estar con sus hijos. Cuando llegan a casa suelen estar tan cansados que todo los irrita y no tienen humor para jugar con ellos. No suele haber conversación en estas familias. En general estos padres no llegan a conocer bien a sus hijos. Suelen delegar su cuidado a menudo de manera muy poco adecuada a las necesidades de éstos. Incide también, la poca presencia de la familia extensa, especialmente los abuelos (en los que a veces, por el contrario, recaen completamente las funciones parentales) y a todo esto se suma el protagonismo preocupante de las instituciones cuidadoras. Se trata de cambios notables que alteran las interacciones básicas.
En cuanto a los divorcios, a menudo tienen que ver con la evolución de la familia de patriarcal a post-patriarcal o democrática, cuando los miembros de la pareja no han podido asumir los reajustes necesarios. Como encontramos en la clínica, en ocasiones se trata de parejas que se formaron en régimen patriarcal pero que han evolucionado divergiendo y no han podido asumir la transición hacia un régimen democrático. Hace falta mucha tolerancia por parte de ambos miembros de la pareja para que los nuevos roles post-patriarcales puedan integrarse o soportarse. No me entretendré en explicar lo que para la mujer y para el hombre significan estos cambios, pero el caso es que, cuando esto no se soporta, suele llegarse a la separación. Hoy en día una buena proporción de las separaciones son iniciativa de la mujer.
Otras veces las separaciones son debidas a que la pareja está formada por personas, una o ambas, a las que, en su infancia, no se les ha ofrecido vínculos estables y que, por tanto, ellos tampoco pueden establecerlos en la edad adulta. El problema es que el trastorno del vínculo se transmite transgeneracionalmente y repercute a través de la crianza en la evolución de los hijos.
A este conjunto se añade el consecuente aumento de las familias reconstituidas. Si bien esta reconstitución aporta una esperanza, un problema radica en que, como sociedad, no hemos desarrollado aún suficientemente la cultura necesaria para integrar esta nueva realidad y para ayudar a integrarla. Esto complica, aún hoy, la posición de los hijos en sus grupos sociales. Todo esto repercute negativamente en la crianza de los hijos, que se encuentran ante una situación social para la que sus propios padres –y profesionales– no tienen aún posiciones y conceptos claros válidos para integrar las nuevas situaciones.
A todo esto hay que añadir las llamadas «nuevas familias»: familias monoparentales –por separación, divorcio o elección– familias homoparentales, etc., ante las cuales aún estamos más carentes de la experiencia y la cultura necesarias para integrarlas socialmente e incluso para intervenir profesionalmente.
Por otro lado, no es infrecuente que la evolución de la familia –aún más si se suman separaciones o divorcios– desemboque en una familia desestructurada, hoy en día tan numerosas en nuestra práctica profesional. Sabemos de sobras la dificultad que representan para los hijos estos medios familiares. En ellas son habituales las dificultades para establecer vínculos estables lo que perpetúa la tendencia a la desestructuración que, como decía, se transmite transgeneracionalmente, incrementándose el malestar y la psicopatología en los hijos.
La crianza, una responsabilidad social
En su trabajo «Familia y Educación» el sociólogo Luís Flaquer se pregunta cuáles serán las características de la nueva familia que está emergiendo. En ella será necesario llegar, dice, a un compromiso entre los propios intereses y la imprescindible solidaridad del grupo familiar. En otras palabras, se trataría de conseguir atender las necesidades de cada uno de los miembros de la familia y especialmente de los más vulnerables, los pequeños.
Pero ¿qué es lo que estamos observando desde la escuela y desde la clínica? Este sociólogo señala el problema de la falta de tiempo para estar con los hijos como característico de la familia post-patriarcal, y destaca que en nuestra sociedad es habitual que los niños estén solos en casa cuando llegan de la escuela y que pasen demasiado tiempo cada día frente al televisor. Hay que añadir el hecho de que la mayoría de niños están «colocados» en un exceso de actividades extraescolares.
Me parece importantísimo que Flaquer, como sociólogo, destaque las repercusiones en la crianza de la falta de tiempo de los padres, sin embargo, debido a que focaliza únicamente en las edades escolares, no se refiere a un hecho absolutamente básico: que esta misma falta de tiempo conduce a que los hijos asistan demasiadas horas y desde demasiado temprano a la guardería.
Hoy en día es común que una mujer no lacte a su bebé o, en el mejor de los casos, que a los dos meses comience a preparar el destete para reincorporarse al trabajo a los cuatro. O sea que, tan temprano, cuando aún falta tiempo para llegar a consolidarse, se ve en la situación de romper el vínculo recientemente iniciado con su bebé, en ocasiones por temor a perder su puesto de trabajo. Además, como decía antes, estos padres que trabajan tantas horas no suelen llegar a casa con el estado mental necesario para interesarse por los hijos.
Por otro lado, sabemos que la procreación, además de ser un deseo de los padres es también una necesidad social, por tanto la sociedad debe contribuir ayudando a la crianza. Pero ¿cómo responden los políticos ante la dificultad de los padres de realmente conciliar crianza y trabajo? Podemos señalar las demagógicas y repetidas campañas electorales basadas en la promesa de crear miles de nuevas plazas de guardería, por tanto para bebés entre cero y tres años. Esta sería la forma de entender la «conciliación» entre trabajo y crianza por parte de los políticos: más horas y más plazas para institucionalizar a los bebés y a los niños, además con la propaganda de conseguir mejores resultados académicos en el futuro.
Estas políticas anti-educativas, no solamente no atienden las necesidades de los más pequeños para el desarrollo de su salud mental, sino que tampoco apoyan la tarea de la escuela de transmitir conocimientos y conducir a sus alumnos a un buen nivel académico.
Sin lugar a dudas, es en la familia, en el buen cuidado del bebé y del niño pequeño, donde se sientan las bases de lo que después la escuela podrá desarrollar. Como he explicado, es en los primeros meses y años cuando se preparan las bases anatómicas y fisiológicas del sistema nervioso central, para el desarrollo de la salud mental y del buen rendimiento escolar.
Las políticas educativas que pretenden arreglar el fracaso escolar con más horas de institución a cualquier edad o, basadas en la absurda idea de socializar al bebé, son anti-educativas para la población ya que transmiten –y a menudo inculcan– a los padres un error fundamental de concepto: precisamente la creencia de que hay que «sociabilizar» a los bebés a los pocos meses, que asistir muchas horas a la escuela es mejor que los cuidados que ellos pueden brindar y que los padres deben trabajar más y esforzarse para poder pagar muchas actividades extraescolares en aras de la formación de sus hijos. Es preocupante tanto retraso en la promulgación de leyes que realmente atiendan las necesidades de los pequeños en materia de salud mental y por ende de aprendizaje.
Como dice Rygaard, en la guardería, lógicamente, como sucede siempre en las instituciones, el modelo es hospitalario: todas las tareas están programadas y por tanto «ahora toca sacar los pañales, ahora sentarse en el orinal….» Justo lo opuesto de la individuación y de la creación de identidad. Se dan, lógicamente, muchos cambios imprevistos de cuidador durante el día. El contacto entre el niño y el cuidador e incluso entre los niños es escaso. No puede ser de otra forma. Pero sabemos la enorme importancia del contacto físico, del movimiento, del balanceo, como estímulo en el desarrollo del SNC. Es mucho mejor que el bebé esté cuidado por un grupo muy reducido de personas, siempre las mismas, para las que él sea importante y significativo, que conozcan sus necesidades y preferencias y entre las que él pueda orientarse completamente.
De hecho, el bebé no es alguien a quien se pueda explicar que lo queremos mucho pero que disculpe, que estamos ocupados y no podemos atenderle. No podemos quererlo desde la distancia.
Todos los niños tienden a interpretar la separación como un rechazo, como una falta de interés, de cariño. El niño entiende que no lo queremos, por tanto que no es querible. Estas vivencias son la base de la baja autoestima, inseguridad y sentimientos de fondo depresivo que sufren muchos niños. Estas vivencias gravan sus posibilidades evolutivas.
Sabemos aún que, a menudo, los niños poco estimulados, duermen mucho durante el primer año de vida, no reclaman y suelen ser tan «buenos» que «no hay niño»: son poco estimulados y poco estimulantes. Muchos de ellos cambian después radicalmente: poco después de comenzar a caminar se vuelven hiperactivos, no paran, están siempre inquietos, en movimiento, no dan tiempo a protegerlos. Puede ser el inicio de lo que después se acabará diagnosticando como TDAH y con poca suerte, acabará recibiendo psicofármacos. Hay quien cree que todos los bebés en los primeros meses son inquietos, se mueven mucho y no se fijan en nada. Pero no es así. Podemos observar bebés que, a los pocos meses, se interesan por un objeto, lo alcanzan con la mano, lo observan, manipulan, prueban sus cualidades, lo llevan a la boca, totalmente interesados y concentrados en su exploración, ejercitando durante mucho rato su capacidad de atención focal. Los otros a que me refiero saltan de un objeto a otro, no pueden detenerse más que unos segundos en cada cosa, sin completar ninguna experiencia. El contraste es muy notable. No recibieron una contención de calidad y luego no se contienen. Resulta evidente que la evolución de las capacidades de exploración y de aprendizaje de unos y otros serán muy diferentes.
Observamos también que en nuestras consultas, son más numerosos los niños con un funcionamiento «inmaduro»: son niños desorientados, poco hechos como dicen a veces padres y maestros, más o menos confusos, sin criterio en relación a su edad. A menudo siguen a los otros niños sin comprender muy bien el significado ni las consecuencias de sus conductas, ni las relaciones humanas o el funcionamiento de su realidad externa (Rygaard, 2008)
Ha ido también en aumento el número de niños con rasgos autistas o Trastornos Generales del Desarrollo que recibimos en las consultas: niños que conectan de modo inseguro con el entorno, que desconectan fácilmente, su contacto visual es disperso o ausente.
A todo esto, se oyen muchas voces de preocupación en relación a la conducta de los niños y los adolescentes, sus resultados escolares, su pasividad. Hemos podido leer en la prensa artículos en que se rasgan las vestiduras ante las conductas de los adolescentes y ante las reacciones de los escolares. Consideran que a esos niños y adolescentes no se les puso, ni se les están poniendo, suficientes límites. ¿Pero nos hemos preguntado cómo se trató a esos niños y adolescentes cuando eran bebés? ¿No son seguramente estos niños y adolescentes los que han asistido demasiadas horas y desde demasiado pronto a la guardería? Se actúa como si se pudiera ofrecer cualquier tipo de crianza a los bebés y luego no pasara nada. Se habla de niños malcriados, cuando muchos han sido niños mal atendidos, o sea criados-mal.
Hoy en día asistimos a un aumento preocupante del mal llamado TDAH, de los problemas sociales, como las drogodependencias, el fracaso escolar, la violencia doméstica, la delincuencia juvenil, la promiscuidad sexual irresponsable, las nuevas y modernas dependencias, muchas de ellas ligadas a la tecnología: messenger, móvil, televisión, etc. etc.
Por suerte, hoy en día se oyen ya voces por parte de padres y profesionales que reclaman medidas para una conciliación real entre el trabajo de los padres y las necesidades del bebé para una evolución sana. Se trata de artículos, cartas en los periódicos, grupos que se unen para defender el derecho a ocuparse personalmente de sus hijos (Roser Jordà, 2007; Dr. Santiago García-Tornel, 2007, y muchos otros).
Hace unos meses, un grupo de varios centenares de padres mandó una carta abierta al Conseller Maragall con motivo de una de las propuestas de ley de educación. En esta carta se citan los informes publicados recientemente por las universidades de Stanford y Berkeley sobre los riesgos de la educación preescolar, que si bien favorecen la adquisición de habilidades cognitivas, dicen, incide negativamente en el desarrollo social y emocional de los pequeños, generando un incremento de los problemas de conducta.
Citan también el estudio publicado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), sobre las políticas de educación y atención a la primera infancia en veinte países. Se describen los factores sociales, económicos y conceptuales que condicionan estas políticas, que informan de que en ningún país de la Unión Europea la enseñanza es obligatoria antes de los seis años (siete, en el caso de Dinamarca, Suecia y Finlandia). Tampoco lo es en Canadá, Estados Unidos ni Australia. Citan otro dato que consideran muy significativo: en el caso de Finlandia, país que en el último informe PISA obtiene los mejores resultados en materia de educación, el porcentaje de niños que van a la escuela a partir de los 3 años no supera el 50%, lo que contrasta con el 98% de niños catalanes según afirma Maragall al justificar la propuesta de escolarización obligatoria a los tres años.
La carta de los padres continúa preguntándose si habrá relación directa entre este déficit de atención en el sí de la familia durante la primera infancia y el creciente número de casos de depresión y trastornos de conducta entre los menores, o el hecho de que España tenga el dudoso honor de ser el tercer país del mundo en que se recetan más psicofármacos a menores.
Se basan en estas y otras referencias para defender la idea de que las medidas de conciliación propuestas hasta ahora no son defendibles. Consideran que las verdaderas medidas de conciliación pasan por ampliar los permisos de maternidad, legislar excedencias remuneradas y con garantía de reincorporación al lugar de trabajo y mantenimiento del sueldo para uno de los padres con niños pequeños, como sucede en los países que nos aventajan en los índices de bienestar y de éxito escolar. Faltaría añadir (Rygaard,2008) que se debería ofrecer un período de reciclaje gratuito a la madre (o al padre) cuando ésta se reincorporara al trabajo. Este tipo de conciliación es radicalmente diferente de la noción, muy extendida, de que conciliar la vida laboral y la familiar consiste en mantener los niños «aparcados», dicen, mientras los padres trabajan.
Creo que todo esto es claro indicio de que una medida imprescindible, en primer lugar, es la concienciación de la población, a través de campañas de difusión y de educación psicológica sanitaria, acerca de las necesidades de los niños y de las valiosas e insustituibles funciones de los padres, para conseguir ciudadanos sanos y capaces física y mentalmente. Esta concienciación haría, seguramente, que los ciudadanos supieran qué deben exigir a sus políticos para el bienestar de su familia y el sano crecimiento de sus hijos, y que no aceptaran como buenas las medidas demagógicas y antieducativas que se les ofrecen. Este paso podría, con suerte, mover a los políticos a ofrecer en sus campañas electorales aquello que la salud mental de la población realmente necesita.
Si no es así, se crea una grave contradicción: se invierte en más plazas de guardería, y después en más plazas de aulas de refuerzo para niños con fracaso escolar y de hospital de día para adolescentes, mientras no se está ayudando económicamente a los padres para que tengan tiempo para estar con sus hijos, para realizar actividades con ellos y fomentar una buena evolución, o sea salud mental. Estas son las verdaderas medidas preventivas. Sin ellas estaremos siempre tratando de corregir, en los años siguientes, lo que se ha comenzado mal en los primeros años. Y esto sí que resulta mucho más caro en todos sentidos, económicamente y emocionalmente.
Conclusiones
Las investigaciones sobre el vínculo y la teoría del apego y aquellas en neuropsicología realizadas en base a la neuroimagen dejan bien clara la importancia de las interacciones de calidad entre el bebé y su madre como promotoras del desarrollo del SNC. Por esta vía, son asimismo promotoras del desarrollo intelectual, emocional y social.
La calidad de las interacciones y por tanto su destino, depende del tipo de crianza que los padres ofrecen a su bebé, que a su vez depende en buena medida de la organización social y del tipo de «conciliación» que los padres establezcan entre el cuidado del bebé y su trabajo.
Los cambios sociales de las últimas décadas han conducido a que los bebés asistan desde demasiado pronto y demasiadas horas a instituciones que se ocupan de su crianza.
Esta «institucionalización», en contradicción total con lo que las investigaciones citadas nos enseñan, altera el carácter de las interacciones a veces con graves perjuicios para la evolución del niño. Estos cambios se aprecian en la clínica. Sería importante investigar la relación entre los cambios en la psicopatología y la modificación de los sistemas crianza. Otro aspecto relacionado es el aumento alarmante de la prescripción de psicofármacos, que pretende sustituir la contención de calidad que sería una buena crianza, por una «contención» química.
Hasta ahora, la aportación de los políticos a la «conciliación» ha sido la creación de nuevas plazas de guardería para institucionalizar a más bebés y la propaganda antieducativa de que más asistencia a institución aporta mejores resultados académicos en el futuro, cosa que el informe PISA demuestra que es falsa.
Creemos que ya sería hora de se ayudara a los padres a una conciliación real entre trabajo y crianza. Consistiría en ofrecer ayudas económicas o de reducción de jornada a aquellos padres que desearan ocuparse personalmente de sus hijos, con conservación de sus puestos de trabajo y sueldo, y con reciclaje gratuito para las madres cuando se reincorporaran a su puesto laboral.
Fuente:
Referencias
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[1] Llamaré «madre» al cuidador principal y «bebé», al bebé sea niño o niña, para no repetir cada vez «madre o padres» o «el bebé o la bebé».